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Claudio Fuentes S.

¿Por qué la ciudadanía eligió una presidenta socialista y luego a un presidente de derecha vinculado al mundo financiero y de los negocios? ¿Por qué ese mismo electorado apoya abrumadoramente el cambio constitucional, luego una Convención Constitucional que apuesta por la renovación casi completa de la política y ahora triunfa–en primera vuelta—un candidato de extrema derecha?

Parece un escenario pendular, bipolar, que va y viene desde la revolución del estallido social a una contrarevolución conservadora. Pero ¿podemos asegurar que son los mismos electores que se inclinan por una u otra opción de acuerdo a las circunstancias?

En realidad la historia electoral nos muestra un fenómeno distinto a la bipolaridad—una misma ciudadanía que oscila de un estado a otro. No se trata de un país volcándose masivamente por una opción y luego dando la vuelta para apoyar una opuesta. Lo que en realidad observamos es una sociedad fragmentada, dividida, que tiene distintas lealtades y que llegado el momento de votar—dependiendo de las circunstancias, sale a apoyar alguna opción. Chile es un país de identidades, de nichos que se movilizan por sus propias causas.

Un primer grupo es aquel segmento hoy mayoritario de la sociedad que no participa de las elecciones. Los resultados preliminares nos indican que el 54% no concurrió a votar en una de las elecciones más polarizadas que ha tenido el país desde el retorno a la democracia. Tampoco lo hizo el 49% cuando se definió en un plebiscito si se establecería o no una nueva Constitución. Así, una mitad del país—por alguna razón—está decidida a no señalar preferencias.

La otra mitad—aquella que sí vota—muestra tendencias oscilantes de participación pero que en términos generales han alcanzado 7 millones de electores como promedio desde el retorno a la democracia. Mientras en primera vuelta la centro izquierda ha promediado poco más de 3 millones de votos, la derecha ha promediado 2,8 millones. Pues bien, observemos los resultados de la elección 2021. Los datos preliminares  muestran que la combinación de candidaturas de derecha (Kast + Sichel) alcanzó 2,8 millones de votos; mientras que las candidaturas de centro-izquierda (Boric + Provoste + Enriquez-Ominami) suman 3,1 millones de votos.

Las cifras manifiestan una tendencia impresionantemente estática en el tiempo. Chile es un país que no solo está dividido en el tiempo, sino que además aquella división parece ser que nos acompaña por décadas. Han existido cambios, ¡Qué duda cabe! El primero de ellos, y quizás mas notorio, es el ostensible decaimiento del centro político (DC-PR-PPD) que ha reducido significativamente su peso electoral en el concierto de la centro-izquierda. El segundo es el crecimiento de un polo de izquierda frenteamplista y comunista que han tendido a incrementarse en los últimos años. Se trata de votantes principalmente urbanos y de la zona central del país.

¿Qué pasó entonces con el plebiscito y la elección de la Convención? ¿Constituyen acaso un paréntesis disruptivo en esta constante antes descrita? Recordemos que para el plebiscito de 2020 participaron 7,5 millones de votantes (500 mil más que lo habitual que conocíamos en las presidenciales), y de ellos cerca del 80% (5.8 millones) se inclinaron por una nueva Constitución. Este dato llevó a pensar que la sociedad chilena había cambiado. Que aquel 80% representaba a todas las personas que querían cambios estructurales significativos para la sociedad. Esta interpretación constituye a mi juicio un error por cuanto una parte de la derecha participó de la idea de cambiar el texto constitucional. Asumir que toda la derecha se subsumía única y exclusivamente a quienes votaron por el rechazo (1,6 millones) constituye una equivocación. Lo que pasó en esa elección es que parte del votante tradicional de derecha se dividió entre el rechazo y apruebo, diluyendo sus preferencias.

La elección de la Convención Constitucional es un segundo momento. Esta vez participaron 6,1 millones de electores (41,5%) y la derecha obtuvo 1,1 millones de votos lo que le significó una representación minoritaria que alcanza al 24% de la Convención. De nuevo, las interpretaciones llevaron a asumir que las fuerzas de la derecha estaban a la baja y que Chile había cambiado. Lo que estaba sucediendo es que las fuerzas de la derecha no fueron capaces de movilizar a su electorado tradicional. Por su parte, la izquierda y los grupos independientes fueron efectivos en movilizar a sus electorados. En las elecciones municipales de ese mismo ciclo electoral, la derecha movilizó 1,6 millones de votos mientras la centro-izquierda agrupada en partidos a poco más de 2,6 millones.

Entonces, el contexto post-estallido tuvo un efecto desmovilizador de la derecha, lo que la llevó a perder importantes cupos de poder en la política tradicional. Esta primera vuelta presidencial demostró la capacidad de la derecha de volver a movilizar a electores que antes había movilizado (2,8 millones de electores); como también demuestra la capacidad de la centro-izquierda de movilizar sus huestes que le son fieles (3 millones).

El factor Parisi.

Entonces, la derecha chilena vuelve a respirar. Además de recuperar un electorado que parecía perdido, se ubica en una posición de privilegio para mantener la Presidencia de la mano de un inesperado candidato. Pero, asumiendo que gran parte del votante de Sichel podría inclinarse por Kast—cuestión bastante probable, la gran incógnita será observar qué pasará con el votante de Franco Parisi que irónicamente se transformó en un elemento clave del paisaje político ya que representan casi 900 mil votos.

Sabemos que ese votante no es militante. Seguramente es un elector que tiene una ácida crítica a los partidos y al establishment (actores políticos, empresarios o todo aquello que huela a élite). Muchos de ellos seguramente dudarán de participar de la segunda vuelta. Se trata de independientes y escépticos de cualquier cosa que se asemeje a un acuerdo de las élites. Por lo mismo, no será sencillo en las próximas semanas aproximarse a dichos electores. Si hay alguien que puede acercarse más a este tipo de perfil es precisamente José Antonio Kast.

El desafío de Boric

Gabriel Boric logró movilizar en esta primera vuelta presidencial exactamente el mismo número de electores que participó en la primaria de Apruebo Dignidad (1.814.809 vs. 1.750.889 respectivamente). Esto último habla de la incapacidad de su candidatura de traspasar las fronteras de su zona de confort. Para convertirse en Presidente requiere hablarle a otros electores y electoras. Necesita afinar sus discursos, ampliar su repertorio y ofrecer soluciones muchísimo más específicas a diversos sectores donde su discurso no cala hondo.

Boric tendrá que bajar del árbol y dedicarse ha hablar de orden público, empleo, crecimiento económico—temas que seguramente le preocupan a votantes indecisos y más moderados. Eventualmente, deberá mostrar un nuevo elenco, uno que le permita aterrizar sus ideas y demostrar que puede gobernar el país. Por el momento, son solo sus más cercanos adherentes—aquel millón setecientos mil—quienes confían en su proyecto. Deberá mostrarse mucho más en el norte y sur del país que es donde su campaña tiene problemas en conquistar más votos.

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La segunda vuelta presidencial será extremadamente cerrada y competitiva. Y no puede ser de otra manera pues las lealtades del mundo de la derecha y de la centro-izquierda están más o menos solidificadas. Esta elección dependerá de la virtud de las candidaturas de construir coaliciones ganadoras que transmitan seguridades y certezas, gobernabilidad y acuerdos. Quien logre establecer aquellas alianzas y encontrar el justo tono para esos electores que todavía están indecisos se hará acreedor de la banda presidencial en diciembre próximo.

Esta columna fue publicada originalmente en el sitio Tercera Dosis

Claudio Fuentes S. es profesor titular de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales. Es además, investigador asociado del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR). Coordinador del proyecto Plataforma Contexto, una iniciativa de la Universidad Diego Portales, Espacio Público, Corporación Humanas y el Observatorio Ciudadano. Autor de varios libros y artículos en política comparada y estudios políticos. Su más reciente obra es La Transición Inacabada (Catalonia, 2021). El autor no trabaja, comparte o recibe financiamiento de ninguna compañía u organización que pudiera beneficiarse de este artículo. Tampoco forma parte de un partido político.

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