Teniendo yo 76 años y 10 meses, mi esposa y yo decidimos separarnos. No, querido lector con inclinaciones novelescas de pacotilla, no le voy a regalar detalles morbosos sobre los motivos del divorcio, ni sobre los altibajos de nuestros 34 años de matrimonio. Para eso tengo a mi adorable psicóloga y al psiquiatra que me receta pastillas y parches de morfina semi útiles para los dolores neuropáticos. Baste con decir, para los efectos didácticos de este relato, que en el ámbito doméstico – y seguramente en otros aspectos – yo era un desastre absoluto. ¿Inútil? Obviamente. ¿Desordenado? También. ¿Olvidadizo? A morir (lo único que te pido es que no te olvides de traerme manzanas del súper… ah cresta se me olvidaron las malditas manzanas). Por supuesto, yo era del tipo que deja calcetines y calzoncillos esparcidos como si fueran una instalación artística. La nana era quien los recogía con santa paciencia mientras yo me hacía el desentendido mirándola de reojo, aunque con cierta culpa debo decir, para redimirme un cacho.
Jamás lavé un plato, casi nunca pisé un supermercado sin compañía pues me perdía en sus pasillos (Uber Eats es mi salvación), y ni por asomo fui capaz de lavar ropa ni hacer la cama, nada más rico que meterse en unas sábanas desordenadas con la frazada colgando en el suelo, da como un no sé qué salvajón. Mi máximo y único logro culinario en décadas fue preparar unas simplonas quesadillas, y huevos a la mexicana un par de veces, eso sí que me quedaban espectaculares. ¿Llevar mis cuentas? Olvídelo, no me daba el seso ni para pagar la luz. El ruido de la aspiradora bastaba para empeorarme el tinnitus con que diosito me bendijo junto con otros 231 achaques, así es que mi trato con la nana era que esa maligna labor sólo ocurría durante mi ausencia. Era un convencido de que bastaba con aportar religiosamente el 50 % de los gastos familiares, y mantener vivo nuestro pequeño universo de plantas de exterior e interior. Porque, eso sí, las plantas sí que se me dan. Podría haber sido un jardinero profesional, pero la vida me reservó otros planes como escribir artículos y libros, agarrarme del moño con el presidente del Colegio de Profesores, y con los aventureros constitucionales.
A estas alturas, si es que va quedando una lectora femenina de este relato, me debe estar odiando. A seis meses de los hechos, me pregunto cómo fue que la ex me aguantó tanto tiempo. Parte de la explicación es que a ella se la daba todo lo que a mí no, con sus dotes gerenciales tanto para empresas como el hogar. Ordenadita y minuciosa, todo esto le salía fácil. Lavar la loza hasta le gustaba al punto de la obsesión. Pero en fin… a otra cosa mariposa. Ahora le relataré a los aspirantes a amos de casa de este mundo mis aventuras y desventuras, por si les sirve de algo o para nada que no es lo mismo pero es igual.
Estos seis meses pueden describirse en tres etapas: a) terror, b) apechugar con sudor, c) disfrutar. No hay una línea de tiempo precisa entre una y otra y por lo demás no importa.
La etapa del terror fue corta pero intensa. Nunca olvidaré el día de la mudanza (nos repartimos armónicamente los muebles) cuando traspuse el dintel de un departamento vacío cual sepulcro de cementerio, pintado albo, blanco, límpido. ¡Horror! ¿Cómo lleno ésto, carajo??? Mi pobre gata había venido gimiendo todo el camino, encerrada en su caja viajera, presintiendo el cambio cataclísmico en todas sus costumbres. Sus lastimeros maullidos azuzaban mis terrores. Pero yo puse cara de macho recio con la nana que me ayudó generosamente y con los chicos de la mudanza, esto va aquí, esto acullá, los cuadros déjelos apoyados en esta pared. El edificio muy sólido sosi, con casi todas las paredes de concreto donde un pinche clavito no hace mella alguna así que a comprar en el Easy unos ganchitos que se pegan a las paredes y que se despegan en la mitad de la noche con un ruido monumental. Pobres cuadros, lo pasaron peor que la gata.
Mmm, internet, voy a necesitar internet pa la tele y el compu, a ver a ver, esto es más urgente que la comida. Llamé a una compañía proveedora (no la menciono para no arriesgar juicio por difamación), y las escenas con sus técnicos fueron dignas de Ripley. ¿Cómo una p… empresa puede ser tan inepta y desorganizada??? Lector, lectora, créanme si les digo que se requirieron siete visitas a lo largo de un mes, hasta que el pinche router y los pinches repetidores funcionaron. Cada una de estas visitas era precedida de un reclamo vía whatsapp… marque su rut… ahora escoja en el menú… ahora escoja en el sub menú… escoja en el sub sub menú, ¡quiero hablar con un ser humanooooo!!!! Se requirió un amigo que era amigo de uno de los directores de esa empresa para que viniera un delegación de pelotudos a pedirme perdón y resolverme la cosa.
En fin, comenzó así la etapa del apechugamiento con sudor. Por ejemplo, mis pilchas quedaron diseminadas en unos siete mini clósets diferentes repartidos en tres ambientes, ¿dónde crestas quedaron las toallas?, hasta hoy hago periplos departamentales para encontrar las cosas, y cuando veo los desórdenes residuales me prometo que mañana reordeno toda esta wevada pero mañana no llega nunca. Todavía me quedan tres cajas sin abrir desde el día de la mudanza. La procrastinación viendo tennis en youtube es un vicio maligno.
La etapa del apechugamiento coincidió también con que mi tarjeta de crédito sacó bandera blanca de rendición. Me había enviciado con Uber Eats, con Jumbo, con Mercado Libre, con Temu, y compré muchos enseres útiles pero también n baratijas inútiles. Aprender a los 77 que es fácil enviciarse haciendo clic y comprando ¿me siguen? Hasta que un día, en la app del banco se me ocurrió mirar lo que nunca en mi vida había mirado, o sea el saldo impago de la tarjeta, y casi morí. Pelotudo. ¿Creíste que la tarjeta era mágica, wn? La huella del dedo para validar la app del banco en el celular se me gastó, y no es exageración didáctica, ahora de veras no me la reconoce, lo cual es bueno porque ya no es tan fácil el despilfarro. Muchas claves de por medio. Los bellos y prácticos muebles de Mercado Libre llegan y… hay que armarloooos. El récord fue un pinche librero made in China que tenía más de 130 piezas y tornillos, el pago al maestro que me lo armó salió más caro que el librero. La alegría ya vieeneeee.
La etapa del disfrute. Aunque no me lo crean, la alegría llegó, para mí y también para la gata Cucha. Y más rápido de lo que pareciera. Una vez recuperado del terremoto y las réplicas de la vida doméstica al par de meses, mi vida social y familiar se puso más intensa que nunca, y lo más importante, hago lo que se me da la gana. He ido a bailar salsa al Oryxas un par de veces (me encanta y lo añoraba desde que viví en México lindo y querido… así que cualquier dama interesada, ya sabe) . El departamento, en opinión de visitas, está bonito, bien decorado y ordenado. Anteayer ocurrió un hecho insólito, que en realidad es lo que me llevó a escribir este relato.
Resulta que mi nana peruana viene los miércoles y sábados a ordenar el desastre de los tres días anteriores, cocinar como los dioses para dejarme el freezer bien abastecido de delicatessen, lavar, planchar y asear en general. Pues bien, a la pobre le dio ciática y anda medio como que arrastrando una pata. Decidí apiadarme y antes que llegara me enfrenté con la cocina, cuyo suelo parecía un chiquero, y la ruma de platos sucios y envases cochinos en el lavadero ya llegaba al metro (como siempre). Una vez trapeado el suelo y lavada la ruma de loza por primera vez en 77 años… chachaaaaan, ¡me gustóoooo!!! Descubrí pa que crestas sirve Mr. Músculo (un detergente antigrasa, para los incultos domésticos). Hasta me puse medio zen meditativo para abordar esta tarea y la disfruté. Creo que este simbólico hito marcó el fin de la transición, así como cuando los gringos condenaron al Pinocho por sus travesuras con el Banco Riggs. Ando feliz como lombriz, apoderado de mi propia vida doméstica y social, y preparado para lo que la vida me depare. Le limpio religiosamente el arenero para los meados de la Cucha cada tres días y boto la bolsa con trozos petrificados por el ducto de la basura. Avancé a jugar tennis cinco días por semana, el ritmo cardíaco se me redujo a pesar de la intensidad deportiva, y lo paso la r..a.
Ahora soy amo de casa y amo de mi propia vida.
El autor, «Genio y figura hasta la sepultura». La historia, estupenda, acertada y muy divertida descripción de. los vericuetos por los.que muchos atraviesan.
Después de muchos años leyendo con cuidado sus escritos sobre Educación y otros serios temas, me he reído de buena gana com este cuento inteligente, lleno de sentido del humor y producto de una observación y escritura prodigiosas.
El autor, «Genio y figura hasta la sepultura». La historia, estupenda, acertada y muy divertida descripción de. los vericuetos por los.que muchos atraviesan.
Después de muchos años leyendo con cuidado sus escritos sobre Educación y otros serios temas, me he reído de buena gana com este cuento inteligente, lleno de sentido del humor y producto de una observación y escritura prodigiosas.
En la década de los 80’ en la ciudad de México conoci a Marito , muy cuate de mí entonces reciente marido Sergio Musa (Q.E.P.D)
Hoy repaso esos pasados, los cuales fueron cientos de encuentros maravillosos , llenos de risas, anécdotas deliciosas etc. Claro que cada unos de nosotros estaba con una cargamento emocional muy pesado por nuestros pasados.
Hoy me reencuentro con Marito y me encuentro con el mismo personaje ; pero cargado de emociones distintas.
Gracias por este relato sabroso y medio chistoso, digo medio porque lo más probable es que hubo varios lagrimones en esos escenarios
Mis felicitaciones Marito por cómo asumiste tu nuevo escenario emocional, doméstico y familiar. Y así pude constatarlo en tu nuevo departamento. Con esto una vez más demuestras ser inteligente y resolutivo
Un abrazote